Saturday, January 24, 2009

El niño gordo

Pegado al mostrador de la pastelería que hay dentro de Carrefour estaba el niño gordo. Era grande, de mofletes rubicundos y rostro inexpresivo y alelado, sin luz. Me dijo: “Coge, está muy bueno. Está para eso: para que coja la gente.” Lo miré con severidad, pero no le contesté: no se me ocurrió nada bueno que decirle. Pasó por allí su madre varias veces, empujando el carro, y a cada pasada cogía el niño, pidiendo auxilio, un trozo del bizcocho gratuito y lo engullía exagerando el ademán. Después, bastante más tarde, acabada la compra y a punto de abonarla, alcancé a verlo de nuevo. Seguía allí, zampando bollo.
Deduzco de sus gestos que a la madre, no sin razón, no le gustaba lo que había traído al mundo y había optado por dejarlo a su suerte, aunque la forma elegida para matarlo llevara tiempo y ocupara espacio. El triste niño gordo se había entregado ya.

Sunday, January 11, 2009

Soluciones

Muchos -si les preguntaras- te contestarían que su trabajo consiste en encontrar soluciones. Tan así lo creen, que lo hacen, aunque luego no encuentren problemas a los que aplicarlas. Estas soluciones, no obstante, suelen crear algunos “desajustes” para los que, obviamente, no son solución.
Cuando existen problemas reales, parece que los responsables de cualesquiera negociados, públicos, privados o espirituales, tienen enormes dificultades para desarrollar o llevar a cabo respuestas eficaces. Puede también ser, si no es mera incapacidad, que aparten la vista cuando se cruzan con ellas: cogerlas supondría un compromiso, porque malacostumbraría a los beneficiados y subiría el nivel de exigencia. No sé; siempre he pensado que este es un país que fomenta las ineficiencias para crear empleo para los muchos que menciono arriba y una ficción de calidad de vida. Ahora, ante el Armagedón, es el momento de demostrar para qué llevamos la corbata.

Friday, January 09, 2009

Sobre Gaza

La atrocidad de la guerra en Gaza no se puede entender si no se reflexiona sobre lo que supuso la sangre y ceniza del Holocausto.
Parece ésta una sentencia que pide una explicación, una tesis incluso, y, sin embargo, es la conclusión a la que llega Luis Mª Anson después de contar una batallita suya del año 80. A mí me parece que es justo lo contrario: reflexionando sobre el Holocausto, no puede entenderse la desmesura de Israel, salvo, claro está, que su objetivo final coincida con el de los nazis: el exterminio. De todo hay que aprender.
Buscar justificaciones es idiosincrasia humana, las hay para casi todo, y supongo que a muchos les servirán para dormir mejor, pero el sufrimiento propio, el “como a mí me lo hicieron”, es quizá el argumento más vacío de los que pueden escucharse, pues por lo general trata de dar razón a acciones o actitudes que piden una con enjundia; a mí me suena a locura, al "¡Eureka!" de un mal psicólogo que encuentra algo en el pasado de su paciente que le encaja bien en el guión.
Cuando se tienen fuerza e impunidad, cualquier justificación es excusa o paripé, y estoy seguro de que así piensa Israel, que, aunque entre en el juego, ejerce sin pestañear el poder de la arbitrariedad. Podía haber optado por la magnanimidad, qué duda cabe, pero es menos rentable. ¡Ojo!, me parecen peores los de enfrente, que, sabiendo cómo se las gastan los hebreos, no dudan en pincharlos para obtener su justificación -la de de su existencia misma- al coste de unos kilos de vida de paria.

Negro sobre blanco (El lobo)

Primera parte
Aunque últimamente no tengo muchas ganas de entrenarme, al abrir la ventana y ver lo blanco me he puesto indumentaria “amundsendniana” y negra y me he lanzado al monte. Ni un alma por allí, nadie. Solo. Menos tres (tres bajo cero). ¡Muy bien! Suelto al lobo. Me gusta mucho correr sobre y bajo la nieve. Es más que entrenamiento: algo de la poca libertad a la que podemos acceder.
Oigo, a cada pisada, la breve queja de algo que luego me sujeta en el impulso como pidiendo explicaciones. Siento romperse los fractales. Media vuelta. Voy en contra de huellas que se dirigen hacia mí; son mías, pero da igual. Otra vuelta y están ya todas borradas. Veintidós kilómetros y pico y la “sonrisa oceánica”. Pero…
Segunda parte
…cuando me doy cuenta de que no puedo sacar el coche de la hondonada donde lo tenía aparcado, soy consciente de que el tiempo de poesía y libertad ha terminado. Pido socorro, pero la ayuda está enterrada en la ciudad. Decido hacer un último intento para evitar tener que correr, ahora empapado, otros doce o trece kilómetros. Salgo por el sitio más difícil pero menos pisado. ¡Aleluya!
Y tenemos al lobo enjaulado en su caja con ruedas, compartiendo miedo con la sociedad en medio de un curioso ballet de deslizamientos y vaivenes. Pero él sabe por instinto cosas que por lo visto no saben los demás: si conduces sobre nieve, no sigas la rodada, ábrela (y rápido segunda).
Y por el arcén, solo de nuevo, el lobo vuelve a sentir la fuerza del agarre y cómo toda duda de su superioridad individual sobre la normalidad grupal se esfuma de su mente.


Thursday, January 08, 2009

Virus 09

Salté de un amigo de un amigo de una amiga de la prima de la madre de la novia de este pobre que ni siquiera celebra las navidades al amigo de la amiga de la prima de la madre de su novia -de la del que ignora estas fiestas, digo-. De este amigo de la amiga de la prima de la madre de su novia pasé a la amiga de la prima de la madre de su novia, de ésta a la prima de la madre de la novia; de la prima de la madre de la novia a la madre de la novia, de la madre a la hija y de ésta al novio: desgraciado al que ahora parasito. En su organismo me siento en plenitud.
Soy un virus de la gripe y la Navidad, con su fraternidad consensuada, es víspera de mi época favorita.