
Para ser torero debe ser necesario tener algo especial: ¿quién si no viviría en casas decoradas como las suyas y se pondría delante de bichos cornudos de más de media tonelada vestido de tal guisa y bajo nombres como “el Viti”, “el Fundi”, “el Fandi”, “Finito de Córdoba” o “Morenito de Maracay”? Claro que, escuchando cómo se entienden entre sí los miembros de este mundillo -trapío, chicuelina, burriciego…-, lo de los nombres no es tan raro.
No menos sui generis son los anti-taurinos. Como casi todos los anti-algo, su actitud y su pinta suelen hacer que te cuestiones sus causas, aunque las compartieras un minuto antes de verlos gritar. O se pasean en bolas por Pamplona o emiten perlas como “los toros son tan sensibles que cuando una mosca se posa en su orejota la mueven, pues les pica como nos pasaría a cualquiera de nosotros…”.
Y mala faena sale cuando se empieza a escribir -o a hablar- sin saber lo que se va a decir. Así que descabellemos ya estas descabelladas líneas sin intentar darles coherencia alguna.