
Seguramente serán variadas, humanas y ridículas.
Pero es difícil de entender que un grupo de treinta personas se meta en una cueva, avance, siga avanzando, hasta 1200 metros pese al olor a azufre, sin pensar, o pensando todos a la vez que asumir riesgos incontrolados les diferenciaría del rebaño, sin caer en la cuenta de que estaban actuando como tal.