Informan las estadísticas de que, en la Comunidad de Madrid, los nombres que les ponemos a los en ella recién nacidos están cambiando: desaparecen los que llegaron del campo como Aniano, Anacleto, Argimira, Macaria o Serapio y se incrementan, por el contrario, los Anatolys, Manuel Mesías, Marisela Viviana, y en general los compuestos que tanto gustan a los hermanos suramericanos que han venido aquí a buscarse la vida.
No mencionaba el informe -sólo se computan los nombres que pasan de cincuenta- a los pobres hijos de Luis Fernando García, obrero colombiano afincado en Villalba, que debido a la afición de su padre por la televisión, fueron llamados Michael Jefir y Jon Sty. “Una película que vi una vez y que se llamaba Western homicidio”, explicaba orgulloso.
Dato curioso también el de las sesenta y ocho mujeres llamadas “Rabia”.
Como siempre a la cola, España debería aprender de un país como Malasia, que debido a que algunos grupos religiosos creen que un nombre “desfavorable” para el bebé espanta a demonios y malos espíritus, ha visto crecer de tal forma el número de peticiones de cambio que ha tenido que crear un registro de nombres prohibidos. Además de vetar genéricamente los colores, números, frutas y animales (¿tendrá Sandokan que dejar de apodarse “El Tigre de Malasia”?); han dejado paso libre a los habitantes del Averno incluyendo en la lista Hitler, Perro Apestoso, Cero Cero Siete, Dios Negro y Jorobado, entre otros.
Pero los miembros de estas sectas malayas pueden estar tranquilos: siempre pondrán recurrir, para mantener a los niños a salvo, a nuestros nombres tradicionales o, como el colombiano de Villalba, a la televisión que tanto nos ayuda.
No mencionaba el informe -sólo se computan los nombres que pasan de cincuenta- a los pobres hijos de Luis Fernando García, obrero colombiano afincado en Villalba, que debido a la afición de su padre por la televisión, fueron llamados Michael Jefir y Jon Sty. “Una película que vi una vez y que se llamaba Western homicidio”, explicaba orgulloso.
Dato curioso también el de las sesenta y ocho mujeres llamadas “Rabia”.
Como siempre a la cola, España debería aprender de un país como Malasia, que debido a que algunos grupos religiosos creen que un nombre “desfavorable” para el bebé espanta a demonios y malos espíritus, ha visto crecer de tal forma el número de peticiones de cambio que ha tenido que crear un registro de nombres prohibidos. Además de vetar genéricamente los colores, números, frutas y animales (¿tendrá Sandokan que dejar de apodarse “El Tigre de Malasia”?); han dejado paso libre a los habitantes del Averno incluyendo en la lista Hitler, Perro Apestoso, Cero Cero Siete, Dios Negro y Jorobado, entre otros.
Pero los miembros de estas sectas malayas pueden estar tranquilos: siempre pondrán recurrir, para mantener a los niños a salvo, a nuestros nombres tradicionales o, como el colombiano de Villalba, a la televisión que tanto nos ayuda.