Contaban mis amigos más trabajadores que, llegando el mes de agosto, sus respectivos centros de esclavitud se colapsan, pues parece cundir un sentimiento “findelmundista” que lleva a la gente a finiquitar asuntos pendientes para llegar a las esperadas vacaciones con el deber cumplido, como si durante ellas algún inesperado acontecimiento fuera a cambiar el rumbo de sus vidas, impidiendo retomar cuestiones del pasado.
Supongo que, en el mes de septiembre, una vez comprobamos que todo sigue igual, se produce un efecto inverso que nos impulsa a comenzar algo, pues forzamos al menos un cambio, aunque no sea lo radical que soñábamos. Y es por esto que las editoriales aprovechan para inundarnos con los tradicionales fascículos coleccionables. Y ahí nos encontramos aprendiendo a jugar al ajedrez con Harry Potter, construyendo el Juan Sebastián Elcano o una casa de muñecas al ritmo de una tabla por semana, ensamblando y programando nuestro robot de última generación o revisando los episodios de Banner y Flappy.
Próxima parada: fin de año.
Supongo que, en el mes de septiembre, una vez comprobamos que todo sigue igual, se produce un efecto inverso que nos impulsa a comenzar algo, pues forzamos al menos un cambio, aunque no sea lo radical que soñábamos. Y es por esto que las editoriales aprovechan para inundarnos con los tradicionales fascículos coleccionables. Y ahí nos encontramos aprendiendo a jugar al ajedrez con Harry Potter, construyendo el Juan Sebastián Elcano o una casa de muñecas al ritmo de una tabla por semana, ensamblando y programando nuestro robot de última generación o revisando los episodios de Banner y Flappy.
Próxima parada: fin de año.