El ser humano -cada individuo- necesita plantearse objetivos a medio o largo plazo para definirse como racional o, lo que es lo mismo, para darse más importancia de la que realmente tiene, que es ninguna. No le basta con vivir. Cuando te paras a analizar esos objetivos, encuentras una artificialidad verdaderamente ridícula: la independencia del País Vasco es un ejemplo de mi capacidad para encontrar la palabra adecuada (“ridículo”).
No oigo en la actitud descrita sino una conversación entre uno y uno mismo en la que intentas convencer a la otra parte de que esto tiene algún sentido, cuando sabes perfectamente que no lo tiene. La verdad es que lo tiene, pero no está ni cerca del lugar en el que tendemos a buscarlo; aunque el País Vasco es un sitio tan bueno como cualquier otro para empezar a buscar.