Thursday, December 18, 2008

Bartleby, Dios y compañía

Este artículo analiza ciertos aspectos de la personalidad creativa que hacen que algunos profesionales y artistas, una vez conseguidos éxito y prestigio, se aparten de la actividad por la que los alcanzaron. Recién comenzada la lectura, el planteamiento me había dado ya la respuesta a la eterna cuestión de por qué consiente Dios que se mueran los negritos, bombardeen a inocentes, gaseen judíos, y todos esos tópicos que llevamos siempre en ristre los superficiales para discutir su existencia como nos la cuentan iluminados y fanáticos.

El Universo es sólo el esquema del todo que iba a ser su obra. La Tierra, con lo que lleva encima, dentro y alrededor, una primera parte de cuyo resultado no quedó satisfecho: garabatos de un niño guardados en un cajón, primeras líneas de juventud que prefieres no volver a leer pues te avergüenzan o, simplemente, un libro malo.

El séptimo día, frustrado, aburrido y desmotivado, atraído por la nada, se marchó a la otra punta de la enorme extensión que había creído sería capaz de llenar de vida y maravillas: el folio en blanco. Y pienso que hizo bien en no volver, pues su engendro se degrada cada día por obra de lo que dicen que creó a su imagen y semejanza. De existir la semejanza -plagio de El retrato de Dorian Gray-, son comprensibles la frustración y el síndrome de Bartleby.

Si Daniel Day Lewis se puso a trabajar de aprendiz de zapatero y Rimbaud se dedicó al tráfico de armas, sabe Dios en qué demonios andará ocupado el Gran Creador. Puede que esté por ahí vagando solo, como Wilde, sólo bebiendo.