Esta historia es casi un documento histórico. Digo casi porque todo es inventado. Además he cambiado los nombres que se me habían ocurrido al principio, he modificado un par de detalles para despistar, he añadido alguna tontería para quitarle hierro y he comprimido todo en dos párrafos. Pero seguro que lo que me invento ha pasado y sigue pasando. Es intolerable. Hay que tomar cartas en el asunto. Los hechos no sucedieron en un gran hospital de Madrid.
Lara Lara, además de tener a unos cachondos como padres, era enfermera. Daba como bueno su destino en la unidad de cuidados paliativos porque allí había encontrado al amor de su vida: el Dr. Lucas Loro Santamaría. Un día, buscando información que le permitiera acercarse a su objetivo, encontró el documento que ilustra este apunte en el ordenador del Dr. Loro. La cúpula de Barceló se desplomó sobre ella: una avalancha de recuerdos desordenados pero a los que intuía un sentido conjunto. Tuvo que sentarse y respirar hondo tres veces (en una película hubiera vomitado) antes de empezar a procesar: aquella extraña orden y su contraria, aquella medicación, el día que reanimaron a una señora de ciento cinco años ya sedada, coincidencias con las fechas de las guardias, las bromas que sólo algunos parecían entender, el trasiego de sobres…
El primer impulso fue denunciar, pero prefirió averiguar antes la dimensión de aquella peña. “Con lo que sabía, no le costaría mucho que la admitieran. Su puesto era el último de la cadena…Al fin y al cabo, la vida es una tómbola, y mi sueldo, una mierda”.
