Tuesday, December 02, 2008

El queso

Estos de San Sebastián parecen de Bilbao: en la bolsita de regalos que suelen dar en todas las carreras, en vez de barritas energéticas, geles de asimilación rápida o revistas especializadas, se dejan de mariconadas y meten una botella de vino y un pedazo de queso. Me lo quedé mirando fijamente y recordé lo que me contó A sobre otro queso.
En la empresa en la que trabaja se negoció, entre otros asuntos, el contenido de la cesta navideña de uno de los centros de trabajo. Es una compañía dedicada a los servicios intensivos en mano de obra, lo que significa que ni la mano de obra ni los que la dirigen necesitan ser muy listos. No digo que no lo sean, sólo que no necesitan serlo, aunque de algunos puedo afirmar que no lo son. La caja debía tener un coste de 190€ y contener los siguientes productos: una lata de melocotón en almíbar, una lata de aceitunas rellenas, una botella de vino tinto de Rioja y otra de blanco de Rueda, una botella de cava catalán, una botella de whisky de malta, una tableta de turrón de Alicante y otra de Jijona, pasas de Corinto, una paletilla de jamón, un lomo embuchado, un salchichón y un queso manchego semicurado.
Firmado solemnemente el acuerdo por tres personas de una parte y ocho de la otra, se vivió un periodo de paz hasta que llegó la navidad y al abrir los primeros trabajadores sus “cesta-cajas” vieron que faltaba el queso. Saltó la chispa de la rabia obrera y no tuvo la empresa más remedio que comprar y repartir los quesos olvidados.

Concluyo: la vida te da todos los días la oportunidad para humillarte, en una u otra parte, y no hay que ser filósofo para darse cuanta de lo ridículos que somos cuando nos ponemos serios.