Friday, October 09, 2009

El sueño del viejo consejero

Lluvia caliente sobre un todo blanco, vapor de agua, colectiva higiene personal.
Golpe seco, el jabón, en las películas, golpe de nuevo; hay gel: ¿sentido del humor? Mirando a la pared, disimular, azulejos; carne blanda y temblor.
Tocan en tu hombro; patibulario, dos metros, acero y cicatrices, cierta ternura, tatuajes toscos, más alrededor, nuevas compañías, demasiado cerca. Negociación.
Pared magnética, fuerza brutal, escasa resistencia. La autoridad. Arrecia la carne, sobran las palabras. Melocotón, fruta podrida, camino inverso; se rompen las fibras y tu corazón.
Tirado en escorzo, río rojo, las cloacas. “El muñidor”; ¡con lo que tú fuiste!, ¿de veras lo crees? No llores. ¿Te arrepientes? ¿Estás limpio ya?, porque la limpieza es capital.

Y todo esto es ―ay― un sueño, es ciencia ficción.

Thursday, October 08, 2009

Pensaba decir

No era necesario ser de los que hilan fino para ver que abrir aquello entre semana era tirar el dinero. A mí ―para qué negarlo― me venía estupendamente que al dueño le diera igual. La beca me daba para vivir, pero con aquel trabajo ganaba un dinero extra para hacerles algún regalo a mis padres y darme un capricho de vez en cuando. Además, en días como ese sacaba mis buenas horas de estudio en una esquina de la barra que, por ambiente, parecía hecha para recogerse.
Al fondo, en la mesa de billar, una pareja cambiaba la posición de las bolas y tonteaba. Completaban el aforo, apoyados en la barra, dos hombres en ese estadio intermedio entre el casi sobrio y el medio borracho. Sus edades y sus esencias estaban también en una peligrosa zona indefinida: no jóvenes pero tampoco viejos; no gordos, pero con cierto sobrepeso localizado en su entorno natural; no esto ni lo otro. Tres frases de su conversación escuchadas sin querer me ayudaron a completar el perfil y a situarlos en la historia: eran ambos de la generación de los mejores.
Aunque no negaban que es casi una tradición que todo reemplazo, quinta, curso, promoción...en fin, que cualquier remesa humana que el azar sitúa en cualquier parte se jacte de haber soportado tiempos más duros y condiciones más difíciles, de haber vivido según más altos principios, de tener cimientos culturales más profundos, y de haberlo conseguido todo mediante esfuerzos mayores que el grupo que los sigue en el tiempo, señalaban diferencias abismales e inéditas entre ellos y los jóvenes de hoy. Al parecer, se había producido un salto cualitativo atrás, una involución. ¡Lo nunca visto! Ejemplificaban ―¡los reyes godos!― y coincidían en el aspaviento. Ilustraban ―¡lenguaje sms!― y se amorraban a sus cervezas mientras recordaban fragmentos de los clásicos. “Esta juventud de hoy no puede traer salvo el Apocalipsis.” Incidieron, reincidieron y se repitieron: eco con distintas palabras.
Empezaron a desquiciarme: sé lo que hay, pero también lo que había y lo que hubo. Pensaba acercarme y decirles algo. Algo como preguntarles si también consideraban que todo tiempo pasado fue mejor, y por eso intentaban seguir viviendo entonces... Si realmente fue mejor, ¿no lo fue porque entonces eran jóvenes? ¿Existían realmente esos valores y esa cultura de boquilla? Si, en teoría, ellos habían sido los últimos encargados de trasmitir los unos y la otra, ¿qué había ocurrido?, ¿los habían guardado para sí como hace el acomplejado y por eso no se conducían por el camino que marcaban sus palabras? ¿Dónde apareció el materialismo más cutre?, ¿quizá donde el idealismo se limitó al pasado y a supuestas capacidades propias? Pensaba preguntarles también si era tan importante para ellos ganar esa guerra dialéctica contra un enemigo que ni los considera y que los supera en habilidades de las que ellos no conocen siquiera su existencia... y en el alcance de su mirada. Y pensaba decirles finalmente: “Para vosotros la perra gorda”. Pero cuando me acerqué para decir algo parecido a todo eso, vi cómo sus cuatro ojos se clavaban en mis tetas y sólo dije: “Si no os importa..., vamos a cerrar”.