Ni es la primera que pasa, ni será la última vez: un grupo de excursionistas mide mal el resultado de mezclar su competencia con la naturaleza en la que ha decidido pasar el día. No creo que se sepan nunca las razones concretas de estas muertes domingueras.
Seguramente serán variadas, humanas y ridículas.
Pero es difícil de entender que un grupo de treinta personas se meta en una cueva, avance, siga avanzando, hasta 1200 metros pese al olor a azufre, sin pensar, o pensando todos a la vez que asumir riesgos incontrolados les diferenciaría del rebaño, sin caer en la cuenta de que estaban actuando como tal.