Hace tiempo que me pasa que a partir de un momento de la noche, mientras duermo, se me congestiona la nariz dificultándome la respiración.
He desarrollado métodos para paliar el molesto bloqueo: cierta postura o la presión sobre un punto concreto de la sien son los naturales, si bien el tener que estar pendiente no contribuye a un sueño profundo. El camino fácil es el Utabón, aunque estoy en periodo de desintoxicación.
Creo que –interpretaciones aparte- lo que os he contado puede tener algo que ver con la pesadilla de hoy.
En los sueños las cosas se saben, y entonces yo sabía que alguien estaba haciendo algo para sacarme de allí. “Allí” era una tubería prismática rellena de agua, en forma de L. Yo estaba tumbado –casi encajado- en la parte de abajo, en la horizontal. También sabía que había unos 60 metros hasta doblar la esquina y, después, otros 30 o 40 en vertical. Sobre el otro lado, ese hacia el que apuntaban mis pies, el sueño no se había dignado a decirme nada, por lo tanto, no existía. Contaba con unas gafas de bucear de esas en las que la nariz queda dentro; respiraba -peor que mal- de lo que había en ellas y llevaba ya un rato haciéndolo. Todo estaba iluminado por una tenue luz verde sin foco localizable.
En un momento, el guión me la juega y sé lo contrario de lo único bueno que sabía: nadie va a sacarme y, además, en cuanto avance, las gafas dejarán de proporcionarme ese escaso oxígeno del que tiraba desesperadamente.
Me lo pienso un rato. Una, dos y tres…Se me aparece la cara de Fu-Manchú y me despierto.
No caí. Acabé la noche sin ayuda del Utabón.
He desarrollado métodos para paliar el molesto bloqueo: cierta postura o la presión sobre un punto concreto de la sien son los naturales, si bien el tener que estar pendiente no contribuye a un sueño profundo. El camino fácil es el Utabón, aunque estoy en periodo de desintoxicación.
Creo que –interpretaciones aparte- lo que os he contado puede tener algo que ver con la pesadilla de hoy.
En los sueños las cosas se saben, y entonces yo sabía que alguien estaba haciendo algo para sacarme de allí. “Allí” era una tubería prismática rellena de agua, en forma de L. Yo estaba tumbado –casi encajado- en la parte de abajo, en la horizontal. También sabía que había unos 60 metros hasta doblar la esquina y, después, otros 30 o 40 en vertical. Sobre el otro lado, ese hacia el que apuntaban mis pies, el sueño no se había dignado a decirme nada, por lo tanto, no existía. Contaba con unas gafas de bucear de esas en las que la nariz queda dentro; respiraba -peor que mal- de lo que había en ellas y llevaba ya un rato haciéndolo. Todo estaba iluminado por una tenue luz verde sin foco localizable.
En un momento, el guión me la juega y sé lo contrario de lo único bueno que sabía: nadie va a sacarme y, además, en cuanto avance, las gafas dejarán de proporcionarme ese escaso oxígeno del que tiraba desesperadamente.
Me lo pienso un rato. Una, dos y tres…Se me aparece la cara de Fu-Manchú y me despierto.
No caí. Acabé la noche sin ayuda del Utabón.