Wednesday, May 24, 2006

Historia de mis cicatrices

Oí los pasos de varias personas que se acercaban. La puerta de doble hoja se abrió y entró una mujer de mediana edad seguida de tres chicas y dos chicos de al menos la mitad de la suya. Todos llevaban bata blanca. Era evidente que se trataba de maestra y aprendices. ¿Médicos?
En un primer momento me costó concentrarme en lo que allí se decía; percibía un murmullo difuso, pero esto cambió cuando, esta vez con claridad, escuché la palabra “cadáver”. La mujer se ponía el segundo de unos guantes de látex mientras sus pupilos me rodearon.
-Vamos a suponer que el cadáver ingresó como “no identificado”, así que comenzaremos documentando sus características físicas básicas.
La doctora había cambiado el tono. El asunto estaba en marcha.
-Sr. Lisard, si es tan amable, ¿podría usted ir completando el formulario? Tengan en cuenta que normalmente el cuerpo estará vestido y la ropa será tan importante como la carne para buscar información. En este caso, para abreviar, nos lo han desnudado las chicas del turno de noche... varón blanco, de entre cuarenta y cuarenta y cinco años…
-Serás Zorra.
-Aproximadamente un metro y setenta y seis centímetros; complexión atlética; pelo al cero; a simple vista, no se aprecian traumatismos. Como suponemos que el cuerpo no ha sido identificado por las huellas, debemos tomar datos sobre sus señales particulares; así que empezaremos por las cicatrices. A ver, quiero ver esos ojos entrenados…
-Brecha de un centímetro en la frente…
-La de la lavadora. Siempre me dijeron que esa fue la primera muestra de lo bestia que luego sería. Simplemente corrí, aceleré y embestí una lavadora.
-Cicatriz en la ceja izquierda…
-Ésta fue en un sueño, aunque debió ser más violento que éste porque me lancé contra una mesilla, me rompí la ceja y seguí durmiendo un rato hasta que la mojadura me despertó. El susto vino cuando me miré, aún adormilado, al espejo del baño.
- Oreja con señales de oto-hematoma sin tratamiento o con tratamiento inadecuado…
-El famoso accidente. De esa me libré por poco. Treinta y dos metros de valla protectora de la M-30 tuvo que pagar el seguro. Y las curas: veintiún días de estrujamientos. Malditos “otorrinos”, ¡inútiles!
-Cicatriz inapreciable bajo el labio izquierdo tapada por la perilla…
-Estaba tumbado en la cama, viendo la televisión y jugando con una de esas barras de gimnasia que se doblan…Tenía gracia: podía sacar la lengua por el agujerito. Ahora no me pasaría: la tele es incapaz de distraerme.
-¡Vamos señores!, no tengan miedo, que no muerde. Toquen y busquen…Aquí hay otra…
-Cicatriz en la barbilla…
-Dos tramos de escaleras del metro y aterrizaje de quijada. Knock out. Me contaron que hubo una lucha por hacerse con mi cuerpo que ganaron mis amigos. Al día siguiente, mi pobre madre aseguraba que esa tarde había estado mirándome -escrutándome diría yo- como suelen mirar las madres, y no había visto herida alguna. Mentí dos veces: el corte estaba allí ya que el partido de fútbol en el que me lo hice había sido hacía dos días.
-Señales varias de lo que parecen quemaduras en brazo derecho, parte derecha del abdomen y caras interna y externa de la pierna derecha…
-Mis queridas quemaduras. Parte de mí desde los ocho. Lo recuerdo como si fuera ayer: las maldiciones de Luis porque esa barbacoa no tiraba, el bote de alcohol, el fogonazo, las sombras que me golpeaban y, finalmente, el vuelo y el inmenso bienestar al salir del charco de agua tibia. Como siempre, el mal rato viene después, cuando te ves con harapos de piel negra colgando y, debajo, la carne rosa como la de un cerdo. Ah, por cierto, sabelotodo, hay que precisar: las de la parte externa de la pierna, me las hizo el mismo Luis, pero meses después, al detonar, jugando a pegarme, un buen cargamento de petardos que llevaba en el bolsillo.
-Abrasiones varias en el lado izquierdo, a la altura de la cadera…
-Espectacular caída de la bicicleta. Partí el casco en dos. Además, me rompí la clavícula. Pero ese día volaba.
-Cicatriz en mano izquierda, entre los dedos índice y pulgar…
-No me valía la teoría ni una práctica normal. Mandé al pobre Juan empuñar veinte centímetros de cuchillo y, de rodillas uno frente al otro, apuñalarme una y otra vez. No sé cuántas le paré, pero en el último viaje el filo paseó toda su longitud entre mis dedos, dejando a la vista hueso, nervios y cables indefinidos. Entonces también mentí: sacando punta a un lápiz; ¡increíble. Más de un mes vendado chapuceramente por mí mismo. Los dolores me decían que debía ir al médico, pero no lo hice, y no sería la última vez…
-Bueno, parece que no hay más, ¡menudo cristo! Como esto ha sido más largo de lo que esperaba, dejaremos la necropsia oral para otro día. Para eso no necesitamos que el fiambre esté fresco.
Lo que sí vamos a hacer es proceder a abrirle el cráneo. ¿Alguno de ustedes hace pesas?

Me sobresaltó un ruido mecánico y metálico, aunque lo esperaba: "Sé lo que es. He visto muchas películas. Ahora viene lo bueno, pero lo que encontréis ahí dentro será mucho más difícil de explicar".