Friday, January 09, 2009

Negro sobre blanco (El lobo)

Primera parte
Aunque últimamente no tengo muchas ganas de entrenarme, al abrir la ventana y ver lo blanco me he puesto indumentaria “amundsendniana” y negra y me he lanzado al monte. Ni un alma por allí, nadie. Solo. Menos tres (tres bajo cero). ¡Muy bien! Suelto al lobo. Me gusta mucho correr sobre y bajo la nieve. Es más que entrenamiento: algo de la poca libertad a la que podemos acceder.
Oigo, a cada pisada, la breve queja de algo que luego me sujeta en el impulso como pidiendo explicaciones. Siento romperse los fractales. Media vuelta. Voy en contra de huellas que se dirigen hacia mí; son mías, pero da igual. Otra vuelta y están ya todas borradas. Veintidós kilómetros y pico y la “sonrisa oceánica”. Pero…
Segunda parte
…cuando me doy cuenta de que no puedo sacar el coche de la hondonada donde lo tenía aparcado, soy consciente de que el tiempo de poesía y libertad ha terminado. Pido socorro, pero la ayuda está enterrada en la ciudad. Decido hacer un último intento para evitar tener que correr, ahora empapado, otros doce o trece kilómetros. Salgo por el sitio más difícil pero menos pisado. ¡Aleluya!
Y tenemos al lobo enjaulado en su caja con ruedas, compartiendo miedo con la sociedad en medio de un curioso ballet de deslizamientos y vaivenes. Pero él sabe por instinto cosas que por lo visto no saben los demás: si conduces sobre nieve, no sigas la rodada, ábrela (y rápido segunda).
Y por el arcén, solo de nuevo, el lobo vuelve a sentir la fuerza del agarre y cómo toda duda de su superioridad individual sobre la normalidad grupal se esfuma de su mente.