Leo una noticia de agencia que dice que el 40% de los británicos estaría dispuesto a renunciar al sexo si eso les garantizase alcanzar la edad de 100 años.
Por partes: el sexo de los ingleses es, en un alto porcentaje, con inglesas (Camila), y viceversa (príncipe Charles). Y casi siempre con la o el de siempre (Camila con Charles y Charles con Camila). A eso es fácil renunciar, no hace falta contraprestación, pero es que, encima, lo que te ofrecen es estar 100 años aquí, viendo lo que el tiempo hace contigo y suponiendo lo que le queda por hacer. ¿No hay una tercera opción?
Los que eligieron sexo, tanto como los que optaron por llegar a centenario, sabían que era una pregunta cuya respuesta no es vinculante, pues ese todopoderoso que debe hacer que se cumpla con los deberes de la opción preferida, que es el mismo que te da dinero a cambio de que te cortes dedos, es informal por naturaleza.
La misma encuesta dice que las personas de entre 16 y 24 años consideran que la vejez comienza a los 61 años, mientras que los de más de 75 años piensan que es a los 71.
Si le preguntaran a uno de 90 diría que empieza a los 89, o que la juventud es un estado mental, o que ahora -un eterno ahora- empieza lo mejor. Hemos llegado a la conclusión de que la muerte no existe. Quizás un suave y progresivo desgaste que nos lleva pacíficamente al estado de muerto, sin verlo venir, sin reblandecerte como un melocotón pasado, sin peinar canas o sin peinar nada.
Yo siempre he funcionado al revés: con 13 pensaba que ya era viejo para ciertos menesteres, con 20, 22, 25 y 30 se agotaban las posibilidades de hacer algo (que mereciera la pena para la alta exigencia del examinador, se entiende). Y sin embargo, el tiempo pasa despacio y viene el de las encuestas a ver si cambiaría sexo con Camila por otros 60 años. Muerte, por favor, por compasión…Y esperemos que el infierno no consista en una materialización infinita de tus miedos, porque entonces viviría eternamente, en la cama,… con Camila.