30 de octubre de 2015. Ernesto Jarrón, mirando al mugriento techo desde su jergón tras otra jornada de 13 horas, pensó que un mes más había conseguido alimentar a sus cinco hijos.
31 de diciembre de 2015. Curarle la mordedura de rata a Juan y la botella de sidra que compró para celebrar la nochebuena: dos cosas que habían hecho estragos en el presupuesto. Año cerrado con diez días sin comer.
15 de enero de 2016. Laura Muelas, viuda de Jarrón, con alivio y destellos de lo que no quería reconocer: satisfacción, pensaba que había cumplido y que otra semana estaba asegurada: todos los días carne, apenas. Cecina. Y sopa.
Cuando se acabe papá, no habrá más remedio que salir de caza, aun a riesgo de ser detenidos y enviados a Mercamadrid -el choped de sentenciado que reparte El Ministerio no alcanza para tres días. Otra cosa era cuando todavía quedaban inmigrantes-.
Luego, por la noche, ya sola, intentó recordar cómo había empezado aquello. En duermevela, se remontó a tiempos gloriosos, antes de aquel nefasto día, aquel 14 de marzo de 2004 en el que Zapatero comenzó a ejecutar su plan.