Tuesday, June 03, 2008

De excursión

No haber dicho nunca no y no saber cómo hacerlo traía estas consecuencias: te puedes encontrar, como le pasó a E, pastoreando un grupo de retrasados, alumnos de tu mujer, en un bonito paraje de la Sierra de Madrid.
Tampoco había sabido negarse, un mes antes, a las proposiciones de Laura, una compañera de trabajo que ni siquiera le gustaba. Recordar esto le hizo sentirse culpable, pero se alivió al pensar que estar allí era una forma de expiar la culpa.
El grupo llamaba la atención: una decena de hombres-niño, todos con babi, atados por las muñecas uno al otro, como orugas en procesión, haciendo extrañas alharacas, y delante él, intentando hacer cantar a aquella recua de cretinos.
Acababan de cruzar un pequeño claro y se internaban en el bosque cuando sintió una mano sobre su hombro. Se giró y los vio, a aquellos pánfilos, no en fila, en tropel; feos. Antes de que pudiera abrir la boca, estaba rodeado, inserto en un círculo que se cerraba sobre él. Le llovieron golpes de todos los colores: patadas, palos, puñetazos, claro,…cabezazos, también…Estaba realmente desconcertado, pero el pánico lo paralizó cuando lo pusieron boca abajo y notó que le arrancaban los pantalones. Pasó dos veces eso sobre lo que no nos quiso dar detalles, tres, si contamos la rama.
A trancas y barrancas pudo llegar al autobús. Allí encontró, tan formalitos, a aquellos sátiros, embarcados y dispuestos a volver con sus mamás. No dijo nada. ¿Qué iba a decir?
Al llegar a casa, aquel eccehomo no escuchó las preguntas que esperaba, tampoco nadie se preocupó por él. Sólo una sonrisa.