Wednesday, December 10, 2008

Divisiones

El amigo E, el mismo que ayer, a sus cuarenta y dos años, se acercó a una chica de no más de veinte y le dijo: “Yo no corono rollos con bombo” y acabó pateado por un grupo mixto de “controladores de acceso” y gorilas, me contó una anécdota que viene a cuento de las guerritas entre subsaharianos y magrebíes y que ahí va.

Estaba en una playa de Cartagena, de vacaciones, y notó que la gente se alborotaba. A la costa arribaron los cadáveres de tres negros, a buen seguro ex-viajeros de una patera o de un cayuco. En un rato los bultos habían sido retirados por los servicios públicos, pero donde había estado uno de los cuerpos, a no más de diez metros de su toalla, E vio que el viento agitaba unos papeles. Se acercó y los recogió. Aquello no tenía sentido.

Llegó al apartamento y empezó a escribir en el cuadrito de Google lo que parecían palabras. A la tercera obtuvo resultado: significaba “nombre” en Wolof, el idioma más hablado en Senegal, aunque no el oficial. Pensando y googleando no tardó en llegar a la conclusión de que aquello era un currículum. Ingenuo -pensó-, ¿es que no les dicen los de las mafias que no lleven nada que pueda identificarlos? Afortunado él -pensó casi a la vez-: por un tiempo, unos días, por momentos creyó que aquí era posible un futuro mejor, que era posible un futuro mejor para él, que era posible un futuro mejor. Se emocionó.

Tiró el papel a la basura -tengo que bajarla, se dijo-, se lavó las manos y metió en el horno una pizza. ¿Qué? Ah, cuatro quesos, creo, ¿o era margarita?