Hoy se celebra el Día Oficial de la Memoria del Holocausto y de la Prevención de Crímenes contra la Humanidad. Se eligió el 27 de enero porque en un día tal de 1945 los rusos liberaron el campo de Auschwitz, ese sitio donde osan decir que también estaba Dios. Donde el ser humano dio el do de pecho.
Yo llevo casi dos meses con mi homenaje particular: desde que empecé a leer “las Benévolas” lo he hecho mucho y casi exclusivamente -amén de lo audiovisual- sobre el Tercer Reich, sus personajes y el Holocausto, la Shoá, como prefieren los judíos, los que más vidas aportaron. Sigo sin encontrar porqués que me convenzan y la cosa me está ya tocando el ánimo.
Unos no miran y otros olvidan, los que no olvidan buscan venganza. Estos recuerdos oficiales no suelen ayudar a sacarnos de la indiferencia. Siempre existirá una excusa para el verdugo, y su actuación será, a su vez, excusa futura y carta blanca moral para la víctima. Si seguimos por el camino por el que vamos, un día alguien dirá que Hitler actuó con sentido y rigor: sólo intentaba enmendar un error de Dios: el de haber creado la raza humana, la peor de las que hay en el planeta.