Lo de Esperanza y Alberto -este es su orden, por ahora- me ha recordado algo que se da mucho y que da la razón a los que dicen que la familia es el pilar fundamental de la sociedad occidental: las peleas por la herencia con el muerto aún caliente, o con el muerto inminente o no tanto vivo todavía.
Que te toque algo al fallecimiento de un ser querido es, al fin y al cabo, un consuelo; y es injusto que, a igualdad de dolor, unos lo obtengan mayor que otros. Tú eres el que más ha aguantado a esos seres ya irracionales, espejo insoportable de lo que serás, con sus manías, sus repeticiones y sus olvidos. Debe ser por el alzheimer: siguen con el preferido de antes y no se acuerdan de lo que les has ayudado en su otoño inacabable. Tenías que haber hecho lo que pensaste: matarlos; a ellos y a esos bichos de rapiña malparidos que te rodearon desde que naciste. Si se veía venir: te quitaban la comida y te han quitado el amor de tus padres, el amor verdadero, ese que se demuestra con hechos, ceros, casas, acciones o joyas; el otro pueden quedárselo. Al menos tuviste vista: supiste esquivar la educación que intentaron darte y “te hiciste a ti mismo” a base de esfuerzo. Has creado una cartera de valores profundos que te han llevado a ser lo que eres: un hombre de hoy; un triunfador. Con una mujer encantadora y cuatro buitres a los que inculcar tu verdad, la única que hay.