
No hubiera estado mal que fueran incompatibles las dos bellezas que se infieren del dicho: tendríamos una forma de distinguir a los malos de los buenos antes de la puñalada, aunque al ser estos últimos los feos, más cuanto mejores, seguramente los aislaríamos en guetos de bondad para que se pudrieran allí, ayudándose (o comiéndose) los unos a los otros. O el uno al otro, si llegaran a dos.