Thursday, September 03, 2009

Cosas que nos unen

Ahora que la Segunda Guerra Mundial está de cumpleaños... Por cierto, en una ceremonia que se celebró para conmemorar el setenta aniversario de su comienzo, me encontré formando corrillo con una conocida dirigente de la derecha. Especialmente dicharachera ese día, nos contó cómo su padre, entonces diplomático en prácticas, estuvo comprometido con una joven alemana de noble familia hamburguesa: “Pero, gracias a Dios, estalló la guerra; los aliados arrasaron la ciudad en el cuarenta y tres y su novia pereció, aplastada por un edificio de ocho pisos. Mi padre retomó la relación con su antigua pandilla, y entre tortillas encandiló a la que sería su esposa y madre mía”. –Eso mismo, ¡madre mía!, pensé yo–. “Así, podría afirmarse casi con total seguridad que si Hitler no hubiera tenido esa forma de ser tan suya, yo no estaría aquí ahora”. Cruzamos los presentes miradas perplejas mientras ella soltaba sonoras carcajadas de ave silvestre que acompasaba con rebotes de sus hombros... Bueno, volvamos al camino. Quería contar una historia, una de tantas, pero en la guerra el ambiente convierte cualquier minucia en epopeya.
Situémonos. Francia. Primeros días de julio del cuarenta y cuatro. Por un error administrativo, una de las divisiones que avanzaba hacia el sur después de haber tomado Cherburgo se encontró con un refuerzo de diecisiete cocineros que no había solicitado. No estaba el conducto para reclamaciones ni las carreteras para desplazamientos, así que se les suministró equipo y sin más entrenamiento que tres consejos fueron enviados a primera línea como tropa de infantería. Dieciséis murieron al día siguiente; el otro sobrevivió, entró en París y allí se quedó treinta y un años y medio. Con el tiempo conoció a una chica, española como él, se casaron y tuvieron una hija que es la madre de una destacada dirigente socialista.