Tuesday, September 22, 2009

Transiciones

A veces no hay más remedio que quitarse de en medio para evitar lo que te indigna; pero aunque apagues sabes que ahí está y acabas viéndolo dentro: esta noche he visto muertos. Tortura psicológica sufrirlos cuando de ellos se espera que alivien el sufrimiento. Las mortajas dejaban ver sólo sus caritas duras. Por su aspecto –abotargados, amarillentos y verdosos, hinchados–, debían estarlo desde hacía ya varios días. He visto a un alcalde cursi, dilapidador, recaudador arbitrario, olímpico en sueños y tramposo; a un presidente descoordinado malabarista ciego, errático, blando avergonzado, perdido; también a sus dos “groupies” más tontas; a la secretaria espiada que viva estuvo cerca de ser guapa; a una presidenta espía que estaba más guapa así que viva; a un ministro bombilla sin corbata, amigo y cómplice de las empresas... Y a otros.

La Justicia había ilegalizado todos los partidos registrados por considerarlos el brazo político del grupo terrorista llamado Pueblo de España, responsable pasivo de la perversión democrática. Al día siguiente surgieron más siglas que querían lo mismo. Llegó la dictadura y hubo que comulgar, pero al menos no con ruedas de molino, pues no se pierde la dignidad si te apuntan con un arma. Olvidado todo, como siempre, empezó de nuevo a hablarse a escondidas de libertad y a soñarse con una sociedad futura donde los políticos –que serían capaces– pudieran ser juzgados, en el rarísimo caso de que fuera necesario, no por instancias especiales donde se esconden marionetas, sino con mayor dureza que un don nadie, ya que son responsables de gestionar lo que es de todos; donde las instituciones fueran respetables y el acuerdo fuera posible para algo más que para subirse el sueldo; donde hubiera división de poderes: el real, que es el del que lo delega, y el del que lo ejerce por delegación; donde los ciudadanos tuvieran derechos en su faceta de consumidores frente a dédalos burocráticos y judiciales y a la complicidad de las autoridades; donde no existiera el empeño de regularlo todo para nada; donde el poder no fuera apariencia sino responsabilidad con toques de idealismo... Tuvimos más de lo mismo.