Este artículo me ha recordado lo que pensé hace unos días cuando violé la correspondencia de mi hermano buscando tarjetas de crédito y contraseñas. Había una carta del Colegio de Médicos en la que el equipo directivo, aparentemente nuevo, daba cuenta de sus últimas iniciativas. Del paquete de cinco, dos abordaban el problema: contratación de un seguro para casos de agresión y tratamiento psicológico gratuito para los facultativos agredidos. No recuerdo si había una tercera, pero me suena algo sobre clases de defensa personal.
Anécdotas varias me intentaban convencer de que es cosa habitual ([…] yo auscultando a su madre, de 95 años, y el tío, de unos 60, dándome puñetazos en la espalda y diciendo: “pero haga algo, pero haga algo; que lo mato”), pero yo pensaba lo que antes no he dicho: “qué exagerados”. Parece que sí, que pasa.
Ningún médico ha hecho por mí algo que yo no hubiera podido hacer mejor, pero si hacemos costumbre de convertirlos en escape natural para nuestras frustraciones, acabarán cerrándose aún más, bisbiseando su sopa de letras, con sus valores normales y anormales, pasándose en masa al lado paciente y dándose de tortas los unos a los otros, eso sí, con conocimiento de causa.
Debe ser todo culpa del sistema educativo: los profesores, ocupados recibiendo palizas, no se preocupan de formar en valores a los enfermos del futuro.